martes, 22 de marzo de 2016

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14 de mayo. 2015
02:42 a.m

El gato de la suerte

   Bruno estaba de cumpleaños dos días antes que mi mamá. Diciembre es un mes bonito para cumplir años porque se respira aire de fiesta (y no me vengan con cuentos, a todos les gusta la navidad) y porque regalos hay en todas partes.
Después de pasar la navidad-cumpleaños con mi mamá y la familia, fui a ver a Bruno. Le llevé un regalo de navidad (porque de cumpleaños era obvio lo que iba a recibir). Le compré un libro de Baudelaire.
La cosa es que Bruno me regaló un peluche pequeño de Yoshi (pero no el verde, el celeste) y algo que siempre quise que me regalaran: un maneki-neko.
Para que este gato de la suerte funcione, deben regalártelo. Estoy muy agradecida de que Bruno haya cumplido mi deseo. Pero, hace un par de días, mi maneki-neko ya no funciona. Le cambié la pila y todo, pero sigue sin mover su patita.
Se le habrá acabado la suerte ?

lunes, 8 de febrero de 2016

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15/enero
2015
17:42 p.m

Yo no comprendo esa manía de dejar toda la ropa amontonada. Pero -y lo he pensado muchas veces, sobretodo cuando me baño- el hecho de juntar todo sobre una silla puede reflejar lo que se está viviendo en el momento.
Yo creo que, en la mayoría de los casos, le echo la culpa a ser "desordenada". Pero hay diferencias.
Al momento de dejar todo sobre la silla, existen ciertas diferencias (no se me ocurrió otra palabra porque puta que hay diferencias) como eso de dejar la ropa más gruesa en la base de la silla y proseguir con el resto. Haciendo uso de la analogía, yo soy la silla.
Y mi pieza está hecha un caos en este momento. 

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Resulta que hoy, lunes 8 de febrero del 2016, puedo afirmar que lo que escribí en esa ocasión es cierto. En estos momentos asisto a terapia psicológica, ya que sufro (sufro ?) de TAG -trastorno de ansiedad generalizada- depresión y agresividad. La María Alejandra -mi psicóloga- es un amor de persona. En una de nuestras tantas sesiones, le hablé sobre el ejemplo de la pieza desordenada y la silla con montañas de ropa. Y me sorprendí demasiado cuando me dijo que esa analogía se usaba mucho en Psicología, que cuando viera mi pieza así no me desesperara porque, con un poco de orden y calma, se iba a ver bien de nuevo. Y me preguntó cómo estaba mi pieza. Si era ordenada o desordenada. Como siempre, pensé mi respuesta.
''Está más o menos''


Rescate del semanario 425

Tengo un semanario.
Un semanario vendría siendo lo que es un diario de vida. Pero, a diferencia de escribir en el todos los días, solo lo hacía una vez por semana.
O esa era la idea.

Resulta que quedó botado. Yo lo dejé botado. Pero no vacío, y me parece bien rescatar algunas de las historias que tiene. 
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domingo, 7 de septiembre de 2014

Saber esperar

Por fin comprendí, que no se puede esperar eternamente. Que todo caduca en algún momento. Que la verosimilitud se engrandece y ciega a las personas. Que el deseo es inestable y etéreo. Que la singularidad pierde su calidad a medida que pasa el tiempo. Que estancarse es sinónimo de debilidad.
Al fin entendí

jueves, 17 de julio de 2014

Veinte

Un cuarto de siglo. Veinte años, y sigo sintiendo mucho y hablando poco.


Silencio lluvioso
gris cielo
invierno 

viernes, 16 de mayo de 2014

Hay días malos y el de hoy

Irse parada en el metro, que a esa hora va lleno. Dos parejas, una al frente y otra al lado mío se besan y se demuestran amor, lo que hace que me enoje y me de un poco de tristeza. Bajarse en baquedano y llegar al paradero, que está repleto siendo recién las 18:45. Pasa una micro, no la tomo. Pasa una segunda micro e intento subirme, pero la gente no me deja pasar. La micro parte. Frustración. Pasa otra micro, la masa me aplasta, un caballero reclama por los empujones, le digo que es la gente de atrás la que empuja. Espero 20 minutos. Pasa otra micro pero se detiene antes y la gente corre a subir. Yo no corrí porque estaba atrapada en la red humana. La micro avanzó, quedando a la altura de donde estaba yo, y no abría las puertas. La gente empezó a reclamar. Las puertas se abren. A codazos logro salir de la red y trepar en la micro, que va llena. A mi lado, una joven apoyada en mi brazo. Bruscamente aparto mi brazo de ella y su acompañante le dice que tuviera cuidado conmigo. Bien hecho. Adelante mío va un escolar hediondo a transpiración. Quiero moverme pero no hay espacio. Trayecto lento por la carretera. Autos por todos lados, un accidente en la entrada de la rotonda. Pienso en el 4.3 de psico. Quiero bajarme de la micro. Me da pánico la gente. Me empieza a dar calor. Respiro hondo. Cierro los ojos. Respiro hondo. Me calmo. Me bajo en el paradero para esperar la otra micro. 15, 20, 30, 45 minutos esperando. El olor a sopaipilla inunda el ambiente. Pasa la micro, que para a la conchetumare. Corro y me subo por atrás, con las puertas listas para cerrarse, pero un caballero las detiene y logro subirme, al igual que cuatro personas más. Me voy parada, rodeada de viejos, uno va muy apegado a mi lado. Muevo los brazos, ofrezco mis codos, pero el viejo no se mueve. Luego, se baja. Alivio para mi. La micro avanza. Llega a mi paradero. Toco el timbre y me bajo. Camino a mi casa con desesperación. Saco las llaves y abro la puerta. Mi mamá está planchando y me mira. Me pregunta si me pasó algo. Automáticamente me pongo a llorar.
Que día más penca.